Una noche miré las estrellas. Antes cavilaba por los montes de mis Monegros, donde el silencio no es yermo ni la soledad ausencia. Donde el Sol no es misterio y la noche es un abismo por el que perderse. El crepúsculo devoró el tiempo y deambulando atisbé un nuevo horizonte. Me tumbé. Mi tacto con la tierra, con su dureza. La espalda, reposada en un laberinto de relieve, siente esa dureza y conoce esas noches estrelladas que nunca se pueden explicar. Observé estrellas, infinitas estrellas, dibujé las constelaciones y me imaginé otras; conté las estrellas y contemplé sus colores. Todos los colores que imaginé brillaban y lucían en un cielo de neón, era como si las auroras boreales hubiesen descendido a la mismísima estepa Monegrina.
Cotinua en "Monegros Cultural"
No hay comentarios:
Publicar un comentario